jueves, 28 de mayo de 2009

PROPAGANDA

Propaganda.
(Del lat. propaganda, que ha de ser propagada).
1. f. Acción o efecto de dar a conocer algo con el fin de atraer adeptos o compradores.
2. f. Textos, trabajos y medios empleados para este fin.
3. f. Congregación de cardenales nominada De propaganda fide, para difundir la religión católica.
4. f. Asociación cuyo fin es propagar doctrinas, opiniones, etc.

(Extraído de www.rae.es)

Buscando en el diccionario de la RAE la definición de propaganda he hallado estas cuatro posibles opciones que dicen mucho. Por un lado, se deja muy claro cuál es la diferencia entre publicidad y propaganda (el hecho de que el fin último de ésta sea el atraer nuevos “socios”); por otro, que se trata de un método empleado por grupos de poder como lo es la Iglesia que, curiosamente, tiene congregaciones así denominadas cuyo fin es dar a conocer masivamente su doctrina.
Efectivamente, la propaganda y los medios para hacerla llegar hacia el mayor número de futuros seguidores han estado siempre en manos de aquellos que ostentaban el poder y, sobre todo, el potencial económico necesario para poder anunciarse en los diversos medios de comunicación, a su vez, en manos del grupo de poder del momento, y así en continua espiral sin fin.
“Los poderes económicos son los que poseen a los medios de comunicación, razón por la que dichos medios defienden unos ideales determinados, intentando, y consiguiendo en demasiadas ocasiones, crear consumidores pasivos en lugar de consumidores responsables y activos. Estos poderes financieros no se rigen por los ideales democráticos sino por las reglas de los mercados internacionales. Lo económico prima sobre lo político, de forma que se ha producido una trasferencia de poder, donde son los poderes financieros los que ejercen más poder en ocasiones que los propios gobiernos.”

(Extraído de http://www.ieev.uma.es/edutec97/edu97_c4/2-4-13.htm)

Pero pese a todo ello resulta interesante comprobar cómo actualmente es posible acceder a determinados medios con el fin de propagar una serie de ideas. Es posible pero ello no quiere decir que sea fácil (fácil es poder anunciar un negocio, una exposición, un perfil determinado en busca de trabajo…, no hay más que ver tapias, farolas, semáforos, gente que reparte papeles,…). Y no resulta fácil porque el hacer propaganda de determinadas ideas requiere una mínima organización, un conjunto de personas que luchen por unas convicciones y que crean en ello para poder vendérselas a los demás. Además deben poseer los medios económicos suficientes para acceder a los medios de comunicación.
Casos como el del autobús empapelado por AMAL nos demuestran que, con un poco de constancia y muchas ganas de hacer cosas, es posible.
Sin embargo todo ello hace que me plantee otra de las cuestiones sugeridas. Evidentemente lo ideal sería que todo el que quiera hacerlo, expresarse públicamente y hacer propaganda de lo que desee (dentro de lo límites de lo correcto y sin dañar las libertades de los demás), pueda, sea de la ideología o del partido político que sea.
Pero, ¿qué sucede con los espectadores, aquellas personas que asisten a este tipo de “batallas” propagandísticas porque no tienen más remedio que hacerlo? ¿Somos consultados acerca de si queremos ir al trabajo en un bus ateo y volver en un bus católico? ¿Nos parece bien o no? Creo que eso da igual en esta sociedad, que tenemos que tragar con lo que nos echen y que permanecemos impotentes, y también indiferentes, ante ello. Al igual que es de justicia que cualquiera pueda mostrar sus ideas, también lo es que cualquier otro pueda negarse a leerlas o escucharlas.

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